Reseña del poeta argentino JORGE BOCCANERA sobre Los ojos del pelícano

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Entre el furor y la nostalgia

La precocidad, cuya acepción admite el oxímoron “madurez en la juventud”, le cabe al poeta español Fernando Valverde nacido en 1980, toda vez que lo que conlleva el término como anticipación va de la mano de posibilidades, de caminos por transitar. Quizá su primer título Viento favorable (2002), esté designando, sin proponérselo, esa consolidación con visos de futuro: lo que va a venir.
El calificativo de “precoz”, que ya ha sido anotado por varios críticos, tiene que ver con los cuatro libros que lleva publicados el poeta –uno de ellos traducido al italiano- pero aún más por aquello que muestra como propio y que tiene que ver con una mirada sobre el mundo y una voz para expresarlo.
Entre sus libros figuran: Madrugadas (2003), Razones para huir de una ciudad con frío (2004), La soledad del extranjero (2005) y Los ojos del pelícano. Este último, que obtuvo en 2009 el VIII Premio de Poesía “Emilio Alarcos” y acaba de ser editado por el sello Visor, es el tema de esta reseña.
Lo primero que llama la atención de Los ojos del pelícano es un enjambre de imágenes que evocan sentimientos y que viajan en una respiración sosegada, sin estridencia. Los antecedentes de esta poesía podrían estar en una tradición de poesía española que va de Miguel Hernández a Luis García Montero, de Antonio Machado a Ángel González. Precisamente González -sobre quien Valverde ha manifestado en más de una ocasión afecto y admiración, al punto de preparar una tesis doctoral sobre su obra- es un referente insoslayable de su poesía, sobre todo en aquello que el poeta de Oviedo desarrollaría como un constante indagar en el naufragio del ser. A González pertenece el epígrafe que abre Los ojos del pelícano; una cita que se inscribe en lo paradojal: “Hay que ser muy valiente para vivir con miedo”.
En esta última obra de Valverde, un niño escarba con sus manos diminutas un sueño que es a ratos dicha y otras veces arena revuelta con vidrios quebrados. Entre el deseo y el dolor, la plenitud y las pérdidas, ondula un aire de nostalgia presente ya desde el primer poema del libro que inicia con esta palabra “¿Recuerdas… ”.
El tiempo y su hacer a destajo signan a este libro con la marca de lo efímero, la conciencia de que los sueños acaban y el hombre está sujeto a ese paso inexorable. En “El viejo estadio” escribe Valverde: “Al cumplirse los sueños/ queda una sensación vacía e incompleta,/ el tiempo detenido y el vértigo al futuro”: y remata: “Tal vez parezca una renuncia,/ pero empiezo a pensar que el tiempo detenido/ es mejor que el futuro”. Memoria, recuerdos vueltos escombro, días como leños consumiéndose; esta poesía parece tensionada entre un pasado que se difumina y el perfil aún borroso del devenir. Dice en El lago: “Las canciones que olvidas son huellas en la nieve/ y en la piel de los lagos se deshace el futuro”.
La mirada del poeta reverbera sobre la infancia, ese paraíso perdido que es reaseguro y tiempo sin orillas –y aquí encuentro en el granadino otra cercanía; la de los poetas Jorge Teillier de Chile y su poesía “lárica” y el cubano Eliseo Diego-, y también imaginación convertida en sueño, vale decir atisbo y aventura: “No existen los lugares donde guardar los sueños/ pero sus labios tienen el sabor de la infancia/ y en sus bocas respiro el aliento de un niño” (“Las sirenas”). Pero si hay alborozo en “la ilusión más plena satisfecha” del niño que concurría al estadio con su abuelo y sentía las gradas como “el lugar más cálido posible,/ las más lujosas sábanas (“El último minuto”), hay también desgarro: “Debajo de las piedras lloran niños… quieren volver al vientre que ya no los refugia” (“El llanto”).
Para Valverde la vida oscila entre lo que va tramado, urdido amarrado y lo desasido, eso que se va de las manos. De este modo, en el poema dedicado a su madre que abre el libro (“Caída”), escribe: “siente cómo te amo,/ cómo salvas mi miedo con tus gestos,/ cómo tienes la vida sujeta entre los dedos”; en tanto que en el texto final dedicado a su abuelo(“El último minuto”), anota esta certeza: “Porque siempre he contado con tu brazo”.
Los ojos del pelícano es también un cuaderno de viaje, el tránsito del poeta y periodista por ciudades diversas -Valverde es redactor de Cultura del diario El País, licenciado en Filología Hispánica y en Románica, codirector con Daniel Rodríguez Moya del Festival Internacional de Poesía de Granada-; bajo el paisaje fragmentado de La Habana, París, Módena, Milán, Damasco, Managua, Sarajevo, Varsovia y, Ámsterdam, subyacen desiertos y empinados vacíos. Hay que decir también que lejos de cualquier efectismo, los apuntes del poeta sobre cualquier geografía lejana acercan situaciones, seres y paisajes en su cotidianidad, vale decir: nos son familiares en su fondo humano.
Subyace, además, una mirada comprensiva y compasiva del entorno sin recurrir a la denuncia explícita; una conciencia atenta hacia la vida “con su justa y sencilla dignidad”: En “Verano en Sarajevo” escribe: “Se estrelló la miseria en las paredes,/ no han podido los árboles ocultar la evidencia” y en “Zuleyma”: “Pero ella sólo intuye que le han robado el mundo,/ y sonríe, y espera y juega a ser feliz”.
La poesía de Valverde se mueve en un espacio de oralidad entre lo susurrado de la confidencia y el coloquio, lejos de un conversacionalismo raso que ha plagado a la poesía hispanoamericano de nexos de enlace y giros que refuerzan lo expositivo como explicación. La economía de lenguaje y el ritmo sostenido condensan una respiración que se despliega sin esfuerzo.
Porque busca decir y no impactar, porque busca compartir y no ofrecer certezas a modo de máximas, lo imperativo y lo altisonante le son ajenos.
Un punto fuerte de esta poesía lo constituye la imagen, una constante mutación entregada en su movimiento y plasticidad: “Debajo de las aguas crecen árboles,/ flamboyanes cuajados por la espuma./ Imagina el invierno sobre el fuego,/ su follaje brillante convertido en estrellas.” (“El mar desde el vedado”), y también: “Tengo en el corazón un reptil que me araña/ tratando de volver a sus piedras azules”.
El paisaje es otro de los protagonistas de este libro que posee una impronta lírica indudable; de modo que Los ojos del pelícano es también un territorio de bosques y ríos acechados por el páramo y la nieve. La aridez y la hojarasca símbolos claros de un sentir que se adelgaza en los sueños perdidos y se recompone en la plenitud de los afectos: “Los abrazos son bosques tan espesos/ que la luz los recoge como a huérfanos” (“Madrugada”); “los cuerpos son tan bellos cuando el tiempo los toca/ que no nos pertenecen,/ son un bosque prohibido” (“El lago”).
Interrogado en una entrevista sobre Los ojos del pelícano, contó Valverde algo de su génesis; en uno de sus viajes a Nicaragua vio a estas aves lanzarse sobre el océano en busca de su presa, lo que atrajo su atención hasta que un pescador le reveló que el vuelo en picado que le había llamado la atención, tenía un precio: la ceguera de los pelícanos. El hecho funciona como metáfora de una poesía que se debate entre los sueños rotos y el anhelo, los claroscuros del diario vivir que no le borran a Valverde la esperanza; esa que le hace escribir en “El Milagro”: “Pronto despertaremos, el alba nunca cede”.

2 comentarios:

Abelardo Martínez dijo...

A toro pasado, pero te mando el cartel anunciador:


ASOCIACIÓN ARTÍSTICA VIZCAÍNA

presenta:

Recital Poético Musical

"Qué cantan los poetas andaluces de ahora"


Aurora Luque de Almería
Felipe Benitez Reyes de Cádiz
Elena Medel de Córdoba
Fernando Valverde de Granada
Teresa Suárez Dominguez de Huelva
Abelardo Martínez de Jaen
Amaya Blanco García de Málaga
J.Antonio Glez. Romano de Sevilla


Recitados por:
Loli Mena y Fernando Zamora

Acompañamiento Musical
Juan Pérez Mena, Guitarra

Participación Especial

Coro San Luis Beltran, dirigido por Mikel Carbajo


Lugar
Casa de Cultura Clara Campoamor
C/Guernikako Arbola, 41 Baracaldo
15 de febrero 2010, lunes, a las 19,30 horas

Bernardo Reyes dijo...

Magnífica reseña, querido Jorge. Felicitaciones sinceras, estimado Fernando. No conocía tu poesía desde este lugar, tan al sur del sur.
Un abrazo

Bernardo Reyes